LO QUE APRENDÍ DEL "DÍA DE COLÓN (RAZA)" Y LA DISCULPA QUE AÚN DEBÍA

Publicado el 12 de octubre de 2025, 11:36

Honrar la verdad: lo que Colón destruyó, los pueblos originarios preservan

Forty years ago, as I began high school in Idaho Falls, Idaho, at Bonneville High School, I enrolled in an Advanced Placement U.S. History class. With “Columbus Day” approaching, my history teacher, Beverly Reeves, wanted us to examine who Columbus really was — and how he, along with European colonialists, was a scoundrel responsible for the destruction of Indigenous cultures.

Yours truly, back then, was an ultra-right reactionary. Based on her weekly outline, I “knew” what she was going to say, so I prepared an incendiary speech full of poorly exegeted Mormon scripture defending Columbus as a demi-god — practically a man next to Jesus in “saving and preserving” this continent for “His people.” I stood up on my chair and began to read a pathetic speech that I had penned. 

Fast forward four decades, and on this Indigenous Peoples’ Day, I wish to issue Mrs. Reeves a posthumous apology. I’ve come to embrace her understanding of both history and theology. (I now recognize just how brave she was: leaving her LDS background, marrying a celebrated African-American civil-rights attorney in overwhelmingly white Idaho, and later helping found the “I Have a Dream Foundation,” now known as Far+Wise.)

Back then, although I was bold in speaking out, I was simultaneously a coward who was unwilling to learn, I transferred out of her class to curry favor with school administrators who disliked her approach (they cheered me on and encouraged me). I’m ashamed that I pushed a political narrative with no grounding in reality.

Today, as a father to an adopted son of Mexican, Central American, Ute, and Navajo roots, I see the preservation of Native peoples and their cultures as deeply personal. I must learn to check my privilege and listen to the original inhabitants of the Americas. The more I study Indigenous civilizations — especially those of the Uto-Aztecan language family (although not exclusive to them) — the more awe I feel for their brilliance and innovation.

Sadly, the current President of the United States does not share that respect. Last week, the White House issued a proclamation designating Monday, October 13, 2025, as Columbus Day. In it, President Donald J. Trump praised the fifteenth-century explorer as “the original American hero” and “a giant of Western civilization.”

Four years earlier, President Joe Biden had issued dual proclamations honoring both Columbus Day and Indigenous Peoples’ Day — a gesture acknowledging the history, resilience, and contributions of Native peoples. Many states and cities have since replaced Columbus Day entirely, choosing instead to honor Indigenous communities.

Columbus’s arrival in 1492 unleashed one of the greatest cultural and human catastrophes in history. His voyages opened the door to European colonization that devastated advanced civilizations — Taíno, Aztec, Maya — through war, enslavement, and disease. In some regions, up to 90 percent of Indigenous populations vanished within decades.

Beyond the physical genocide came cultural annihilation. Native languages, faiths, and traditions were violently suppressed through forced conversion and conquest. Sacred sites were destroyed or replaced by churches, while Indigenous knowledge in agriculture, medicine, and astronomy was erased by the encomienda system.

Columbus’s so-called “discovery” was an invasion — the opening act of a genocide that replaced thriving societies with colonial exploitation. The myth of the heroic explorer continues to distort history, masking the reality of enslavement, erasure, and ecological ruin. Its consequences still echo today in the systemic marginalization of Indigenous peoples throughout the Americas.

On this October 13th, I proudly celebrate the accomplishments of our Indigenous brothers and sisters. Let this day remind us of the violence unleashed by European colonizers upon some of the most advanced societies the world has ever known. If you doubt it, study the Aztecs, the Maya, or the Inca — their sophistication is astonishing.

And finally, not only an apology to my late history teacher, but to my Indigenous brothers and sisters — my fellow humans in this shared story of survival and resistance. We can learn a lot from their resilience and ability to survive, under the most difficult of circumstances.


Versión en Español:

Hace cuarenta años, cuando comencé la preparatoria en Idaho Falls, Idaho, en Bonneville High School, me inscribí en una clase avanzada de Historia de los Estados Unidos. Con el “Día de Colón” acercándose, mi maestra, Beverly Reeves, quiso mostrarnos quién fue realmente Cristóbal Colón y cómo él, junto con los colonizadores europeos, fue un sinvergüenza responsable de la destrucción de las culturas indígenas.

En aquel entonces, yo era un reaccionario de ultraderecha. Basándome en su plan semanal, “sabía” lo que iba a decir, así que preparé un discurso incendiario lleno de escrituras mormonas mal interpretadas para defender a Colón como si fuera un semidiós — casi un hombre al nivel de Jesús, encargado de “salvar y preservar” este continente para “Su pueblo.”

Cuatro décadas después, en este Día de los Pueblos Indígenas, quiero ofrecer una disculpa póstuma a la señora Reeves. He aprendido a valorar su comprensión de la historia y la teología. (Hoy entiendo cuán valiente fue: dejó atrás su origen mormón, se casó con un reconocido abogado afroamericano defensor de los derechos civiles en el Idaho "blanco" de los años ochenta, y fue cofundadora de la organización “I Have a Dream Foundation”, hoy conocida como Far+Wise).

En aquel entonces, por cobardía y por no querer aprender, me cambié de clase para quedar bien con la administración escolar, que no simpatizaba con su manera de enseñar. Me avergüenza haber promovido una narrativa política sin base en la realidad.

Hoy, como padre adoptivo de un hijo con raíces mexicanas, centroamericanas, ute y navajo, la preservación de los pueblos nativos y sus culturas es un tema profundamente personal. Tengo que aprender a reconocer mis privilegios y escuchar a los verdaderos habitantes originales de las Américas. Cuanto más estudio las civilizaciones indígenas —especialmente las pertenecientes a las lenguas uto-aztecas— más me asombra su grandeza.

Desafortunadamente, el actual presidente de Estados Unidos no comparte ese respeto. La semana pasada, la Casa Blanca emitió una proclamación designando el lunes 13 de octubre de 2025 como “Día de Colón”. En su declaración, el presidente Donald J. Trump elogió al explorador del siglo XV como “el héroe original de América” y “un gigante de la civilización occidental.”

Cuatro años antes, el presidente Joe Biden había emitido proclamaciones conjuntas reconociendo tanto el Día de Colón como el Día de los Pueblos Indígenas, reconociendo así la historia, la resiliencia y las contribuciones de los pueblos originarios. Desde entonces, muchos estados y ciudades han reemplazado el Día de Colón por completo, optando por honrar a las comunidades indígenas.

La llegada de Cristóbal Colón en 1492 desató una de las peores catástrofes humanas y culturales de la historia. Sus viajes marcaron el inicio de la colonización europea en América, que llevó a la destrucción de innumerables civilizaciones indígenas. Sociedades avanzadas como los taínos, los mexicas y los mayas fueron devastadas por la guerra, la esclavitud y las enfermedades. En algunas regiones, desapareció hasta el 90 % de la población indígena en pocas décadas.

Más allá del genocidio físico, hubo una aniquilación cultural. Las lenguas, religiones y tradiciones nativas fueron brutalmente reprimidas por la conquista y la conversión forzada al catolicismo. Los sitios sagrados fueron destruidos o sustituidos por iglesias, y el conocimiento indígena sobre agricultura, medicina y astronomía fue borrado por el sistema de encomiendas.

El “descubrimiento” de Colón fue, en realidad, una invasión: el acto inicial de un genocidio que reemplazó civilizaciones vibrantes con explotación colonial. El mito del “gran explorador” sigue distorsionando la historia, ocultando una realidad de esclavitud, destrucción y despojo. Las consecuencias de sus actos aún resuenan en la marginación sistemática de los pueblos indígenas en todo el continente.

En este 13 de octubre, celebro con orgullo los logros de nuestros hermanos y hermanas indígenas. Que este día sirva como recordatorio de la violencia que los europeos y sus descendientes desataron sobre algunas de las sociedades más avanzadas del planeta. Si lo dudas, estudia a los mexicas, los mayas o los incas —su nivel de sofisticación es asombroso.

Y finalmente, no solo una disculpa a mi ya fallecida maestra de historia, sino también a mis hermanos y hermanas indígenas —compañeros de humanidad, herederos de una sabiduría milenaria que el mundo aún necesita escuchar.


 

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