En los años ochenta, cuando caminaba Sudamérica mochila al hombro, Chile era sinónimo de hospitalidad, de guitarras campesinas y de un canto que se repetía como promesa: “Campesinos y gentes del pueblo te saldrán al encuentro, viajero”. Ese Chile que evocan Los Huasos Quincheros hoy queda enterrado bajo una victoria que marca un quiebre histórico. La elección de José Antonio Kast como presidente no es solo un giro conservador: es la consolidación del proyecto ultraderechista, autoritario y reaccionario en uno de los países clave de América Latina.
Kast no es un conservador tradicional. Es un político moldeado en la escuela del trumpismo global, aliado ideológico de Donald Trump, Marco Rubio, Jair Bolsonaro, Javier Milei, Nayib Bukele y del activismo ultracatólico de Eduardo Verástegui. Su discurso no defiende al trabajador, no protege derechos sociales, ni dialoga con los gobiernos progresistas de la región. Kast representa otra cosa: mano dura, miedo, exclusión y nostalgia autoritaria.
El pasado no es anecdótico. El padre del presidente electo, Michael Kast, fue miembro del Partido Nazi alemán (NSDAP) durante la Segunda Guerra Mundial, afiliación documentada por periodistas e historiadores chilenos y alemanes. La afiliación no era obligatoria: era ideológica. Así lo han explicado investigadores del Instituto Histórico Alemán en Washington. Ese dato, lejos de ser irrelevante, se conecta con una línea política clara: Kast elogia abiertamente la dictadura de Augusto Pinochet, instalada tras el golpe de Estado de 1973 con apoyo directo de Estados Unidos y la CIA
👉 https://www.elsaltodiario.com/chile/ultraderecha-reconquista-chile-victoria-electoral-kast-sera-nuevo-presidente
Kast ha dicho sin rubor que, de haber vivido, Pinochet habría votado por él. No es retórica: su familia fue parte del engranaje tecnocrático de la dictadura. Su hermano Miguel Kast fue ministro, presidente del Banco Central y uno de los “Chicago Boys” que aplicaron el laboratorio neoliberal más brutal del continente. Ese modelo —privatización, desigualdad y represión— es el que Kast busca blindar y restaurar.
Durante la campaña, el ahora presidente electo centró su mensaje en el miedo: migrantes como amenaza, crimen como excusa y militarización como solución. Prometió deportaciones masivas —hasta 330 mil personas, en su mayoría venezolanas—, muros, zanjas y tropas en las fronteras con Perú y Bolivia. El libreto es idéntico al de Trump en Estados Unidos y Bukele en El Salvador
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Nada de esto es casual. Kast ha cultivado activamente vínculos con Washington. En años recientes se reunió con Marco Rubio, ejecutivos estadounidenses y organizaciones alineadas con la política exterior dura de EE.UU. Su proyecto es funcional a los intereses geopolíticos norteamericanos: contener a gobiernos progresistas, debilitar el eje México–Brasil–Bolivia y frenar cualquier integración regional con autonomía
👉 https://newrepublic.com/article/164586/chiles-far-right-climate-denying-presidential-candidate-gets-warm-welcome-washington
Con Chile, Ecuador, Argentina y El Salvador ya bajo gobiernos de derecha o ultraderecha, Estados Unidos recupera un tablero regional más cómodo: menos resistencia diplomática, más alineamiento en seguridad, migración y recursos estratégicos. Chile, además, es clave por su litio, su política climática y su rol histórico en Sudamérica. Kast no es amigo del medio ambiente ni de la transición energética; ha coqueteado con el negacionismo climático y con la defensa de intereses extractivistas.
La presidenta mexicana Claudia Sheinbaum lo dijo con claridad: el triunfo de Kast debe ser una llamada de atención para los movimientos progresistas, no una normalización del autoritarismo
👉 https://www.posta.com.mx/mexico/claudia-sheinbaum-ve-improbable-un-giro-a-la-ultraderecha-en-mexico-tras-triunfo-de-kast-en-chile/vl2138384
Chile votó democráticamente, sí. Pero la democracia también se erosiona desde las urnas cuando el miedo reemplaza a la justicia social y la memoria histórica se convierte en estorbo. Hoy, el Chile que cantaba “Si vas para Chile” enfrenta un gobierno que no abre la puerta al viajero, al migrante ni al disidente. Abre la puerta, en cambio, a un pasado que América Latina ya pagó demasiado caro.
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