
Pasé cinco años viviendo en México, como ciudadano estadounidense y mexicano. Viví en San Miguel de Allende, Querétaro y Playa del Carmen. Lugares hermosos, sí… pero también escenarios de una transformación incómoda y, en muchos casos, insultante.
La gentrificación, para quienes aún no lo viven en carne propia, es ese proceso en el que tu colonia de toda la vida - popular, auténtica, accesible - se convierte en un set de Instagram para extranjeritos que llegan con dólares en mano y sin ganas de aprender el idioma ni respetar la cultura. Suben las rentas, desaparecen las fonditas, y aparecen bares con nombres en inglés, donde un café cuesta más que un plato de pozole.
Yo lo vi. Lo viví. En San Miguel, parecía que uno vivía en Arizona con arquitectura colonial. Se oye más inglés que español, y los inmuebles están dolarizados. Mi cuñado es médico, y más de una vez fui como su traductor para explicarle a un gabacho qué es una “cruda”. Y lo peor: una vez me encaré con un gabacho en la Ancha de San Antonio que se ofendió porque no izábamos la bandera de Gabacholandia.
Pero ojo: los culpables no son solo los gabachos. La señora que nos rentaba una casita en Querétaro —muy amable, por cierto— nos dijo que su yerno era el entonces presidente municipal de San Miguel. Y que se quejaba en privado de que el 80% de los norteamericanos allá no pagaban predial ni impuestos. ¿La excusa? “No tienen papeles”. ¡Por favor! En el Registro Civil hasta los atienden en inglés.
Y más allá de San Miguel, lo mismo pasa en la Condesa, Roma, Tulum, Sayulita, Todos Santos… México se está vendiendo al mejor postor. Las empresas inmobiliarias y los gobiernos locales ven dólares y se les cae la baba. Les vale madre si un chilango ya no puede pagar la renta, si una abuelita en la Roma tiene que irse porque su edificio ahora será un “coliving para nómadas digitales”.
El colmo: ahora se indignan porque la protesta del viernes se puso violenta. Que si grafitis, que si vidrios rotos. ¡Por favor! Lo violento es pagar 30 mil pesos por un estudio de 40 metros. Lo violento es que Airbnb gane más que el salario mensual promedio en México. Lo violento es vivir en tu ciudad y sentirte extranjero.
Sí, algunos funcionarios ya salieron a condenar la violencia. Pero lo que debería escandalizarlos es el despojo silencioso, la especulación legalizada, y la hipocresía de quienes hablan de progreso mientras convierten colonias tradiconales en zonas VIP para gente que nunca va a aprender ni a decir “buenos días”.
Y sí, algunos gabachos son buena onda, lo admito. Pero muchos vienen con una mentalidad colonial, como si México fuera su “playground” o patio trasero. Y los desarrolladores mexicanos —esos sí que son traidores y entreguistas - se adaptan, les construyen sus cafés orgánicos con nombres franceses, sus depas con roof garden, y sus mini Condesas en la playa.
Este fenómeno no es inevitable. No es progreso. Es una forma nueva de despojo. Y como estadounidense-mexicano, digo esto con claridad: no me representan esos gabachos, y yo sí me solidarizo con quienes luchan por quedarse en su colonia
Porque, como decía una pancarta en la marcha:
“No deberíamos sentirnos extranjeros en nuestra propia tierra.”
Añadir comentario
Comentarios