La Amenaza de una Nueva Depresión

Publicado el 8 de agosto de 2025, 5:16

Donald Trump, el hombre que se autodenomina la "máquina de destrucción" de Estados Unidos, ha llevado al país un paso más cerca de una recesión y, lo que es aún más alarmante, hacia un posible escenario de depresión económica. En su afán de imponer su voluntad en el comercio internacional, Trump ha decidido imponer aranceles más altos que los del infame Smoot-Hawley Tariff Act de 1930, cuya implementación, lejos de proteger a la economía estadounidense, profundizó la Gran Depresión. Si bien su administración sigue vendiendo la idea de que estos aranceles son una forma de "reconstruir" la manufactura estadounidense, la realidad económica es más sombría.

La Smoot-Hawley Tariff Act, firmada por Herbert Hoover en 1930, pretendía proteger la industria estadounidense en medio de la crisis económica. Esta ley aumentó los aranceles sobre más de 20,000 productos importados, pero terminó siendo un desastre. Los países afectados respondieron con medidas similares, lo que resultó en una disminución del 65% del comercio internacional entre 1929 y 1934. Hoy, Trump repite la misma receta: imponer aranceles extremadamente altos, de hasta un 50%, en productos provenientes de países como Brasil, India, y Suiza. El resultado parece ser el mismo: una guerra comercial que afectará principalmente a los consumidores estadounidenses.

Recientemente, el secretario del Tesoro de EE. UU., Scott Bessent, admitió en una entrevista que los aranceles no los pagan los exportadores, sino los importadores estadounidenses, quienes finalmente trasladan el costo a los consumidores. A pesar de las proclamaciones triunfantes de Trump sobre los "miles de millones de dólares que fluirán" hacia EE. UU., la realidad es que la carga económica recae sobre las empresas y los consumidores, no sobre los países a los que se les aplican los aranceles. Esto ha generado un aumento en los precios para los consumidores, y aunque Trump presuma de haber "reconstruido" la manufactura estadounidense, la evidencia muestra que la producción ha disminuido y que el empleo en el sector manufacturero se ha estancado.

De hecho, la actividad manufacturera en EE. UU. ha disminuido desde marzo hasta julio, según el Instituto de Gestión de Suministros. La tasa de aranceles efectiva sobre las importaciones ha alcanzado un 18%, la más alta en un siglo. Sin embargo, algunos economistas consideran que estos aranceles no son suficientes para resucitar la manufactura en EE. UU., especialmente en sectores clave como el automóvil y el acero. El desafío radica en que la manufactura no puede revivir de un día para otro; requiere una infraestructura robusta, una fuerza laboral capacitada, y una cadena de suministro sólida, cosas que no se pueden crear de la noche a la mañana, como Trump parece creer.

Y aún hay más: los sectores más afectados por los aranceles son aquellos que dependen de materiales importados, como el acero, el cobre y el aluminio. La empresa Toyota, por ejemplo, ha anunciado que sufrirá una pérdida de casi $10 mil millones debido a los aranceles, mientras que otras empresas estadounidenses están reduciendo su producción debido a la incertidumbre económica. Las grandes compañías, como Harley-Davidson y Whirlpool, ya están enfrentando desafíos, con la producción disminuida y la demanda en declive, lo que amenaza con generar despidos.

El presidente Trump parece ignorar las advertencias de su propio círculo cercano, como Stephen Moore, un antiguo asesor económico, quien ha señalado que la política de aranceles está "hundiendo" la economía. Pero Trump sigue empeñado en su visión proteccionista, no obstante las evidentes consecuencias negativas para la economía interna.

Mientras Trump se enfoca en imponer tarifas punitivas y amenaza con imponer más, los efectos secundarios ya son palpables. Los consumidores están viendo cómo sus carteras se vacían, los precios suben, y la incertidumbre económica se extiende. Los negocios, particularmente aquellos con una fuerte dependencia de la manufactura extranjera, luchan para mantenerse a flote. La gran promesa de Trump de traer de vuelta la manufactura no está materializándose. Si bien algunas empresas, como Apple, han hecho promesas de inversión, éstas se han mantenido más en el terreno de los anuncios que de las realidades económicas inmediatas.

Si Trump continúa por este camino, podríamos estar mirando un escenario en el que no solo los empleos se pierdan, sino también la estabilidad económica de Estados Unidos se vea comprometida. En lugar de mirar hacia adelante, el presidente parece atrapado en un pasado económico que solo trajo más daño que beneficio. Como ha sucedido en la historia, cuando se juega con las reglas del comercio global sin entender las complejidades y las consecuencias, el precio que se paga no solo lo sufren los empresarios, sino los ciudadanos comunes que, al final del día, son los que financian estos desatinos con sus propios bolsillos.

La historia ya nos lo ha dicho: el proteccionismo no salva economías, las hunde. Trump debería aprender de los errores del pasado antes de llevar a la nación hacia un futuro incierto.

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