Crónicas de un Estado Policíaco: Trump y la “Ley” como arma de guerra

Publicado el 15 de agosto de 2025, 6:15

Estados Unidos nunca ha sido un santuario impecable de libertades civiles. Pero con Donald Trump de regreso en la Casa Blanca, la máscara se cayó por completo: ahora el régimen gobierna con el rostro cubierto, literalmente, mientras su brigada de ICE y fuerzas federales lleva odio, violencia y racismo a cada rincón del país.

En Washington, D.C., tropas de la Guardia Nacional y policías federales —enviados por Trump para “recuperar las calles”— fueron abucheados y expulsados por manifestantes hartos de la ocupación. Mientras el presidente insiste, contra las estadísticas oficiales, en que el crimen va en aumento, sus fuerzas vigilan y hostigan a ciudadanos, desatando choques que incluyen arrestos arbitrarios y uso excesivo de la fuerza【Mediaite】.

En California, durante un evento de Gavin Newsom para defender el voto y contrarrestar el “gerrymandering” republicano, agentes de la Patrulla Fronteriza con armas y bridas se apostaron afuera, encabezados por Gregory Bovino, conocido por su retórica antiinmigrante y con órdenes judiciales en su contra por detenciones raciales indiscriminadas【MSN】. El mensaje fue claro: incluso actos políticos locales pueden convertirse en escenarios de intimidación federal.

Pero donde la brutalidad se vuelve cotidiana es en el terreno de la inmigración. Agentes de ICE —muchos encapuchados y de civil— están arrestando jornaleros en el campo, cazando trabajadores en Home Depots y autolavados, deteniendo madres con hijos en sus casas y hasta estudiantes de secundaria durante la práctica de futbol. En Los Ángeles, el primer día de clases requirió un operativo de tres niveles para proteger a niños y padres del asedio de ICE: patrullas comunitarias, docentes vigilando perímetros y organizaciones como Unión del Barrio listas para interponerse físicamente ante detenciones【Los Angeles Times】.

El caso más indignante: un joven de 15 años con discapacidad, esposado y encañonado frente a su escuela por “parecerse” a un sospechoso. Fue un error de identidad, pero la advertencia de Trump es que ningún lugar es “zona segura” —ni las escuelas— mientras persigue su meta de un millón de deportaciones anuales.

El propio Trump ha admitido que su objetivo no es solo “los peores criminales”, sino cumplir cuotas diarias de 3,000 arrestos, incluyendo personas sin historial delictivo e incluso ciudadanos estadounidenses【Yakima Herald】. Su aliado clave, Stephen Miller, diseña políticas que apelan abiertamente al nacionalismo blanco, atacando programas de diversidad y reforzando un perfilamiento racial que recuerda a los campos de internamiento de japoneses-americanos durante la Segunda Guerra Mundial.

Lo que estamos viendo no es una política migratoria; es una guerra interna para consolidar poder. Trump ha militarizado las calles, desafiado órdenes judiciales, nombrado jueces leales que promueven la desobediencia a los tribunales, y usado el Departamento de Justicia como herramienta de “lawfare” contra opositores y comunidades vulnerables. La combinación de gerrymandering, represión en espacios públicos, deportaciones masivas y miedo institucionalizado destruye el tejido democrático del país.

La historia enseña que los estados policiales no se construyen de la noche a la mañana; se normalizan poco a poco, hasta que la represión se vuelve rutina. En este “Nuevo Mundo” que Trump está moldeando, el lema no es “seguridad y justicia” sino “muéstrame tus papeles… o te desaparezco”.


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