
En medio de un panorama internacional plagado de populismo autoritario, discursos de odio y políticas de exclusión, la homilía inaugural del Papa Leo XIV no fue solo un mensaje pastoral, sino una reprensión moral directa a líderes como Donald Trump y sus acólitos, entre ellos el vicepresidente J.D. Vance.
Desde la Plaza de San Pedro, ante más de 200,000 personas y con figuras clave como el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, el primer ministro canadiense Mark Carney y el propio Vance presentes, el Papa denunció “las heridas causadas por el odio, la violencia, el prejuicio y el miedo a la diferencia.” (New York Times).
Sin nombrarlo directamente, Leo XIV pintó un retrato ético opuesto al de Trump. Mientras el presidente estadounidense sigue atacando a inmigrantes, amenazando con tomar territorios como Groenlandia o la Franja de Gaza, y negociando acuerdos para explotar minerales en Ucrania, el Papa ofreció una visión diametralmente distinta: una en la que el amor es el motor de cambio. “No se trata nunca de capturar a otros por la fuerza, por propaganda religiosa o por el poder,” dijo Leo, apuntando contra los métodos de coerción disfrazados de patriotismo.
Este no es un nuevo frente entre el Vaticano y los trumpistas. El Papa Francisco, a quien Leo llamó amigo cercano, criticó abierta y repetidamente la xenofobia de Trump. Leo, anteriormente el cardenal Robert Prevost, heredó ese legado y lo ha continuado con valentía. En una cuenta de X hoy eliminada, Leo había compartido una columna titulada: “JD Vance está equivocado: Jesús no nos pide que clasifiquemos a quién amar primero.” Ese mensaje, aunque borrado, se ha hecho eterno por su resonancia moral.
La presencia de Vance y Marco Rubio en la misa no suavizó el mensaje papal. Si acaso, reforzó el contraste entre el cinismo político y el llamado profético. Vance respondió con frialdad, minimizando la crítica con un “trato de no politizar al Papa,” como si el Evangelio no fuera, en esencia, una confrontación con la injusticia.
Leo también denunció la crisis humanitaria en Gaza y la violencia en Myanmar, recordando que las víctimas son, en su mayoría, niños. Frente a las amenazas autoritarias y la deshumanización del otro, Leo XIV nos recuerda que el cristianismo verdadero no construye muros, sino puentes.
Hoy más que nunca, el mundo necesita esa voz. Una que no se doblega ante los poderosos ni se silencia frente al sufrimiento. En tiempos en los que Trump y sus imitadores buscan dividir, el Papa Leo XIV insiste en unir.
Y eso, en estos días, es un acto de profunda resistencia.
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