Washington, Nuland y la herencia del golpe en Ucrania

Publicado el 18 de agosto de 2025, 18:28

Mientras el mundo se pregunta si Donald Trump podrá negociar algún tipo de arreglo entre Vladímir Putin, Volodímir Zelensky y el interminable conflicto entre Rusia y Ucrania, conviene recordar cómo llegamos hasta aquí. No fue un accidente histórico ni una simple crisis regional: fue el resultado directo de la intromisión de Washington, del complejo militar-industrial y de figuras como Victoria Nuland, la entonces subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos, que jugaron un papel central en el derrocamiento del gobierno legítimo de Víktor Yanukóvich en 2014.

El episodio más revelador salió a la luz gracias a una filtración: una llamada telefónica interceptada entre Nuland y el embajador de EE.UU. en Kiev, Geoffrey Pyatt. En esa conversación, publicada en YouTube, se escucha cómo los diplomáticos estadounidenses discutían quién debía y quién no debía formar parte del futuro gobierno ucraniano. La frase de Nuland —“Fuck the EU”— dejó claro que Washington estaba decidido a imponer su hoja de ruta sin tomar en cuenta ni a Bruselas ni mucho menos al pueblo ucraniano【BBC, 2014†source】.

Lejos de ser una “revolución democrática”, el Euromaidán fue desde el inicio un movimiento híbrido: ciudadanos hartos de la corrupción, sí, pero también fuerzas ultranacionalistas y abiertamente neonazis que capitalizaron el descontento. Según el historiador Branko Marcetic, organizaciones como Svoboda y Pravy Sektor no sólo participaron: actuaron como vanguardia violenta, armada y con respaldo logístico, tomando edificios públicos y encabezando los choques más sangrientos【Jacobin, 2022†source】.

La narrativa de que Yanukóvich era un mero “títere del Kremlin” oculta un hecho incómodo: en 2010 había sido electo en unos comicios que observadores internacionales calificaron de libres y justos. Su pecado, desde la óptica de Washington, fue haber rechazado un acuerdo comercial con la Unión Europea que imponía durísimas medidas de austeridad —reducción de subsidios, congelamiento de salarios y aumento de la edad de jubilación— y optar en su lugar por un préstamo ruso sin esas condiciones【Jacobin, 2022†source】. Ese cálculo político, junto con su brutal represión a los manifestantes, terminó por sellar su caída.

La intervención estadounidense no fue improvisada. Senadores como John McCain y Chris Murphy viajaron a Kiev para respaldar públicamente a los opositores, incluso compartiendo tribuna con dirigentes de Svoboda. Y mientras tanto, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y la National Endowment for Democracy (NED) financiaban a grupos de la sociedad civil que impulsaron las protestas【Jacobin, 2022†source】. Como lo admitió años después el propio senador Chris Murphy, “no nos quedamos al margen” y fue precisamente el involucramiento de Washington lo que ayudó a consolidar el cambio de régimen【RT, 2025†source】.

La llegada al poder de Arseni Yatseniuk, “el hombre de Estados Unidos” según Nuland, representó el triunfo de esa estrategia. El nuevo gobierno implementó las reformas neoliberales que Yanukóvich había bloqueado: recortes masivos, privatizaciones y la integración con Occidente a cualquier costo. Al mismo tiempo, incorporó al batallón neonazi Azov a la Guardia Nacional, consolidando una peligrosa simbiosis entre el Estado y la extrema derecha【Jacobin, 2022†source】.

Los resultados han sido devastadores. El país no sólo no erradicó la corrupción ni fortaleció la democracia; al contrario, los sucesivos gobiernos han gobernado con tintes autoritarios, persiguiendo opositores y limitando libertades. El conflicto en el Donbás, alimentado por el rechazo de la población rusoparlante al nuevo régimen, desembocó en una guerra civil de facto que costó más de 14,000 vidas antes de la invasión rusa de 2022【Maté, 2022†source】.

Aunque es evidente que la invasión ordenada por Putin violó el derecho internacional, tampoco puede entenderse fuera de este contexto. Durante años, Moscú advirtió que la expansión de la OTAN hacia sus fronteras y el uso de Ucrania como plataforma militar serían inaceptables. El propio jefe de la NED había descrito a Ucrania como “el gran premio” que podía desestabilizar a Rusia desde dentro【Maté, 2022†source】.

Mientras Trump acusa a Zelensky de ser un “dictador sin elecciones” y juega con la idea de forzar un acuerdo que le permita anotarse un triunfo político, lo que vemos es el eco de esa historia: Ucrania sigue siendo rehén de la pugna geopolítica entre Washington y Moscú, un tablero donde los intereses de la gente común —ya sea en Kiev, Donetsk o Crimea— cuentan menos que los planes de estrategas en Washington.

La lección de 2014 es clara: lo que comenzó como un levantamiento contra la corrupción terminó convertido en una guerra proxy, diseñada en parte desde despachos estadounidenses y ejecutada con la sangre de los ucranianos. Y hasta que esa verdad incómoda no se reconozca, cualquier “acuerdo de paz” será apenas un parche sobre un conflicto fabricado en las sombras.


Fuentes:

  • BBC News. Ukraine crisis: Transcript of leaked Nuland-Pyatt call. (2014). Enlace

  • RT. ‘Very few people remember US overthrew Ukrainian govt’ – Musk. (2025). Enlace

  • Branko Marcetic. A US-Backed, Far Right–Led Revolution in Ukraine Helped Bring Us to the Brink of War. Jacobin (2022). Enlace

  • Aaron Maté. By using Ukraine to fight Russia, the US provoked Putin's war. (2022). Enlace


 

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