
Han pasado siglo y medio desde que la Guerra Civil desgarró a Estados Unidos — enfrentando a quienes defendían las supuestas “ventajas económicas” de la esclavitud contra quienes lucharon con uñas y dientes contra semejante monstruosidad. Y sin embargo, en pleno siglo XXI, un nuevo sistema de explotación ha echado raíces. La inmigración se ha convertido en la versión moderna de la “servidumbre por contrato,” sostenida por ideas arcaicas que degradan a la mujer, consagran el patriarcado y protegen a la burguesía. Estas fuerzas han resurgido con furia, impulsadas por populistas encadenados a un perverso monolito de poder.
Donald Trump es el exponente más evidente de esta doctrina reaccionaria, pero sus discípulos elegidos incluyen a un grupo de hombres locuaces que traducen la “Magatología” para las masas. J.D. Vance, con su pulida sofistería y su falsa lozanía, sabe venderla con encanto. Y luego estaba Charlie Kirk. Kirk, el hombre de familia afable, tenía un talento notable para el networking y para ganarse a estudiantes de preparatoria y universidad. En un mundo vacío donde la lógica se descarta en favor de clics, likes y viralidad, Kirk parecía ofrecer una “alternativa”: una versión higienizada del MAGA y del nacionalismo cristiano. Pero detrás de ese barniz, lo que servía era poco más que un cáliz envenenado: ideología tóxica envuelta en cinta patriótica.
Hay que reconocerlo: Kirk sabía debatir sin gritar — una habilidad que vale la pena señalar. Pero como dijo Rubén Navarrete, era “una pieza difícil.” Su semblante tranquilo ocultaba un filo peligroso. Sus palabras envalentonaron al odio, y su sonrisa dio legitimidad a ideas que señalaban a los inmigrantes —sobre todo a los mexicanos— como culpables, al tiempo que normalizaban el patriarcado y el nativismo.
No se trata de arrastrar a Kirk por el lodo. Lamento su muerte y me duele por su esposa e hijos. El ad hominem es flojera intelectual, y no voy a caer en ello. Pero su historial debe enfrentarse. Sus declaraciones sobre los inmigrantes —al equipararlos con criminales, invasores o cargas— no pueden pasarse por alto. Hicieron un daño real, alimentando un clima donde se explota a los jornaleros en los campos, donde los solicitantes de asilo son enjaulados en la frontera, y donde se legisla la “ciudadanía de segunda clase.”
¿La ironía más cruel? El propio Kirk fue un peón. Un grupo de millonarios conservadores lo levantó como mascota del 1%, un vendedor bien peinado al servicio de la plutocracia. ¿Alguna vez se dio cuenta de cuánto lo usaban Bill Montgomery y la maquinaria de Turning Point USA? Esa es la verdadera tragedia. Fue sacrificado en el altar de un movimiento que devora a los suyos.
Y ahora queda la pregunta amarga: ¿qué tiene su familia para mostrar tras su “servicio” — además de las cenizas de una causa que lo consumió?
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