Cancel culture, empresas privadas y la Primera Enmienda: actualización 2025

Publicado el 19 de septiembre de 2025, 3:46

(Actualización de un ensayo escrito en 2021)

Hace cuatro años escribí sobre la diferencia entre “cancel culture”, decisiones privadas y violaciones directas a la Primera Enmienda. Hoy retomo el tema porque los sucesos recientes —Disney, Hulu, Nexstar, Jimmy Kimmel y, por supuesto, Donald Trump— demuestran que el fenómeno ha escalado y se ha vuelto más peligroso.

Tres categorías que no son iguales

  • Cancel culture: “Creo que deberíamos boicotearlos para que no tengan mercado.” Es la dinámica de las redes sociales para castigar marcas o figuras.

  • Decisión privada: “Oye, eso que hiciste está dañando la imagen de la empresa, así que vamos a despedirte.” Una compañía actuando por conveniencia.

  • Violación de la Primera Enmienda: cuando el gobierno presiona a empresas para censurar, despedir o apagar voces críticas. Aquí ya no hablamos de mercado libre, sino de coerción estatal.

Las tres son discutibles desde lo ético. Pero solo la última es ilegal en una democracia.

2020–2021: marcas, libros y monumentos

En aquel entonces debatíamos casos como Aunt Jemima, Uncle Ben’s, los libros de Dr. Seuss o las estatuas confederadas. Sostenía —y sigo sosteniendo— que la cultura debe evolucionar, pero que destruir sin contexto es iconoclasia: lo vimos con los fanáticos de 1529 en Alemania y con los talibanes en 2001 al dinamitar los Budas de Bamiyán.

Los símbolos de odio no deben glorificarse, pero tampoco borrarse. Llevémoslos a museos, para enseñar la historia en lugar de reescribirla. Y lo mismo con los libros: hasta “Mein Kampf” puede tener un valor académico en el marco adecuado.

2025: de la cultura al poder institucional

Hoy la discusión ya no es cultural sino institucional. El caso de Jimmy Kimmel es ilustrativo: tras un monólogo crítico, ABC (Disney) suspendió su programa; Nexstar lo sacó de sus afiliadas; y el FCC, encabezado por Brendan Carr, lanzó advertencias regulatorias. Trump festejó la medida, diciendo que era “una buena noticia para América”.

Esto ya no es “cancel culture” orgánica: es presión política directa. Las empresas actúan no por convicción, sino por miedo a represalias estatales. Es la censura disfrazada de moral pública.

Por qué importa

Si una compañía cambia un logotipo por presión social, eso se puede debatir.
Si un gobierno amenaza con retirar licencias o multar a quien critique al presidente, eso es autoritarismo puro. La frontera entre la cultura del boicot y la represión política se ha borrado, y lo que queda es un caldo de cultivo para un Estado que decide qué voces merecen existir.

Conclusión mordaz

Lo advertí en 2021 y lo confirmo en 2025: borrar la historia no cura las heridas, solo las tapa con barniz. Y ahora vemos algo peor: un presidente que convierte el resentimiento cultural en política oficial. Trump nunca entendió la Primera Enmienda porque siempre la vio como obstáculo, no como garantía.

En su mundo, el periodismo libre es enemigo, la crítica es traición y la sátira es delito. La verdadera “cancel culture” ya no viene de Twitter: viene de la Casa Blanca.

Y cuando el poder político dicta quién puede hablar y quién debe callar, la democracia deja de serlo. Así que apúntenlo bien: el futuro no será decidido por boicots en redes, sino por la resistencia de quienes se atrevan a hablar aunque los quieran callar.

Eso, mis amigos, es materia para otro episodio de #ElChupacast.


Ensayo Original de Marzo 2021:

En los últimos seis meses, ha habido cierta tendencia en las redes sociales. A cada rato, leemos el hashtag #cancelculture o en su traducción, "la voluntad y deseo de boicotear" marcas, ideas o personas que dañen o violenten las normas sociales.

El deseo de efectuar cambios tiene cierta validez pero pese las buenas intenciones, puede que tenga efectos colaterales duraderos en la sociedad si se efectúan los cambios precipitadamente.

Comencemos con las decisiones de retirar marcas. No voy a contender que tengan buenos fundamentos. Después del asesinato brutal de George Floyd en 2020, los fabricantes de Aunt Jemima y Uncle Ben's optaron por nuevas presentaciones y marcas al considerar que sus marcas apoyaban estereotipos raciales y ridiculizaban a los afro-estadounidenses. Apoyo la decisión. Sin embargo, yo creo que se debe recordar a los verdaderos personajes detrás de estas marcas. Sus imágenes fueron ultrajadas y vituperadas por empresas que lucraron al subyugar la semejanza de estos individuos sin contribuir siquiera un centavo a las familias o comunidades de su procedencia. En otra palabras, vuelven a ser subyugados por el olvido.

Luego existe el tema de los libros. Lo de la serie del "Doctor Seuss" realmente no implica la implementación del "cancel culture". Fue la misma editorial que tomó la decisión de cesar la publicación de seis libros infantiles (que realmente son mayormente desconocidos). Lo que no cuentan es que no comercializaban bien, y debido a las bajas ventas, fue más bien una decisión egoísta al momento oportuno.

En segundo lugar, está el tema de los monumentos y estatuas. Antes de abordar este tema, permítame enfatizar la importancia de seguir evolucionando la cultura. No tengo ningún inconveniente "quitar" un monumento, pero ¿destruirlo? ¡NO! ¿A poco no es otro ejemplo de iconoclasia? En 1529 en Alemania, un grupo de cristianos fundamentalistas irrumpieron en varias catedrales, quebrantando estatuas y crucifijos. Hasta el reformador Martín Lutero condenó estos actos vandálicos. Lutero afirmó que al fin de cuentas, no reformaban nada, solo dejaban estragos.

Los talibanes hicieron lo mismo en 2001 al taladrar estatuas de Buddha en Bamiyán, Afganistán que tenían miles de años. ¿Qué lograron? Pura destrucción.

A mi parecer, sería mejor relegar estos monumentos a museos en donde el público podría aprender de la conquista de Colón, la supremacía blanca de la Confederación de EEUU o bien el odio de la Klux Klux Klan. Al borrar vestigios de estos ejemplos de odio, solo se permitirá que vuelvan a surgir en el futuro. Me opongo a la quema y prohibición de libros. También podemos aprender de ciertos tomos académicamente. Pueden ayudar a las generaciones futuras a no repetir los errores. Incluso "Mein Kampf", que es un volumen perturbador, se puede utilizar en un contexto adecuado. Cancelar el contenido sin tener en cuenta el uso didáctico solo coloca un barniz superficial en los problemas sistémicos. Tristemente, muchos de la izquierda refuerzan los argumentos de los derechairos al desear que tales cosas desaparezcan completamente. (Los derechistas son por lo menos más honestos, gracias a su "Führer" Trump y ahora publican su odio abiertamente).

Ya que la humanidad es compleja, nuestra respuesta a tal fenómeno también debe ser un poco más sofisticado. En lugar de responder con cierta impulsividad, será mejor que seamos transparentes. Que reconozcamos que somos imperfectos y muy arraigados en las imperfecciones son pecados "mortales" que destruyen y matan (y colonizan). Que no quede al olvido la historia, pero que tenga su debido contexto. Tal como aseveró Karl Marx, "La historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa."



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