En un país con tantita vergüenza institucional, el simple hecho de que el secretario de Guerra Pete Hegseth se echara unos tragos y hablara por Signal con actores políticos no autorizados —el ya famoso Signalgate— habría bastado para sepultar su carrera. Pero en la era MAGA, donde el servilismo se premia, Hegseth no solo sobrevivió: ascendió. Y desde ahí se convirtió en algo mucho peor: un funcionario que se siente juez, jurado y verdugo, dispuesto a borrar del mapa una lancha entera en el Caribe… aunque haya sobrevivientes colgándose de los restos.
La frase que lo persigue ya quedó registrada en la historia:
“Pentagon Knew Boat Attack Left Survivors But Still Launched A Follow-On Strike, AP Sources Say.”
Es decir, el Pentágono sabía que había sobrevivientes del ataque al supuesto “narco–barco” del 2 de septiembre… y aun así autorizó un segundo misil. No fue un error. No fue confusión. Fue decisión.
DEL HEROÍSMO MILITAR A LA MASACRE EN EL CARIBE
En medio de este desastre está el almirante Frank “Mitch” Bradley, un SEAL de carrera impecable, cerebral, respetado, formado en Annapolis, con operaciones en Afganistán, Yemen y otros frentes. Durante años operó bajo reglas de enfrentamiento claras y autorizaciones del Congreso contra yihadistas armados.
Ahora lo aventaron a un pantano legal: una campaña letal contra supuestos “narco–terroristas” en el Caribe y el Pacífico, sin declaración de guerra ni autorización explícita del Congreso, basada en la ocurrencia de Trump de que Estados Unidos está en “conflicto armado” con los cárteles.
El 2 de septiembre, un misil estadounidense revienta una lancha sospechosa en el Caribe. Mueren once. Dos sobreviven, aferrados al fierro caliente del casco quemado. No representan una amenaza inmediata, no están disparando, no están abordando nada. Son náufragos.
Y sin embargo, llega el segundo misil.
LA “NIEBLA DE LA GUERRA” COMO COARTADA
Ahí entra la cobardía política. Desde la Casa Blanca hasta el Pentágono, todos se acomodan para salvar su pellejo.
Trump dice que él “no hubiera querido un segundo ataque”, que no sabía de los dos sobrevivientes, que no vio nada, que él no estuvo involucrado.
Hegseth, por su parte, se refugia en la famosa expresión:
“Había fuego, humo… esto es la niebla de la guerra, la ‘fog of war’.”
Solo que aquí la “niebla de la guerra” no es más que humo político para tapar decisiones deliberadas. Porque, según múltiples reportes, Hegseth habría dado la orden verbal de “kill them all” antes del primer disparo. Y cuando la cosa se complica, mágicamente ya no “recuerda”, ya no “vio”, ya no “se quedó a mirar” la transmisión en vivo.
El resultado es brutal:
– El almirante Bradley aparece como el único que “ordenó” el segundo ataque.
– El secretario de Guerra dice apoyar al almirante… mientras le desliza discretamente toda la culpa.
– La Casa Blanca dice que Bradley actuó “dentro de la ley” al asegurarse de que el barco fuera destruido.
Todo esto, mientras abogados militares y especialistas en derecho internacional dicen abiertamente que esto parece un crimen de guerra, no una operación legítima.
EL PENTÁGONO SABÍA QUE HABÍA SOBREVIVIENTES
La pieza que termina de hundir la narrativa oficial es la revelación de AP, retomada por HuffPost: fuentes con conocimiento directo afirman que el Pentágono ya sabía que había sobrevivientes antes del segundo ataque y que la justificación posterior fue que “era necesario” hundir la embarcación.
Es decir:
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Se sabía que había personas vivas.
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Se decidió atacar otra vez de todos modos.
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Se pretende ahora revestir eso como “legal” y “necesario”.
Expertos en derecho de guerra recuerdan algo básico: incluso si tragas la tesis, ya de por sí muy estirada, de que Estados Unidos está en “conflicto armado” con los cárteles, la ley protege expresamente a náufragos y personas que ya no representan amenaza inmediata. Matar náufragos es ilegal. Punto. No hay “fog of war” que lo lave.
EL CONGRESO ESTALLA… INCLUSO LOS REPUBLICANOS
El escándalo no sólo es moral, también político. Los comités de Servicios Armados de la Cámara y el Senado —controlados por republicanos— han abierto investigaciones paralelas. Piden videos, audios y documentos sobre el ataque y la cadena de mando. Hablan de “posible crimen de guerra” y de “decisiones horribles” que requieren rendición de cuentas.
Senadores como Thom Tillis (R-Carolina del Norte) dicen que cualquier persona con un mínimo sentido ético puede ver que esto violó códigos morales, legales y militares. El senador Roger Wicker (R-Misisipi) exige las cintas completas y se queja de que el Pentágono ha sido más opaco con Hegseth que con otros secretarios de defensa.
Dentro del propio Pentágono, oficiales citados por la prensa describen a Hegseth como un hombre sin un solo hueso honorable en el cuerpo. Y lo que es peor: militares de carrera se sienten traicionados, porque la Casa Blanca y el Departamento de Guerra están dispuestos a sacrificar a un oficial con trayectoria intachable para salvar a un político improvisado.
GUERRA CONTRA LA LEY, NO CONTRA LAS DROGAS
El fondo del problema va más allá de un solo bote volado en el Caribe.
La administración Trump ha intentado convertir la “guerra contra las drogas” en una guerra sin reglas, en la que basta etiquetar a alguien como “narco–terrorista” para justificar ejecuciones extrajudiciales. No hay proceso, no hay juez, no hay tribunal. Solo hay misiles, pantallas y decisiones tomadas en chats de Signal y reuniones de gabinete.
Hegseth lo dijo con todas sus letras al vender su famosa “cultura guerrera”:
– Quitar “reglas estúpidas de enfrentamiento”.
– Dar “máxima letalidad” y “autoridad total” a los combatientes.
Traducción: romper las barreras legales que protegen a civiles y prisioneros, y convertir la violencia militar en herramienta política.
Eso no es seguridad nacional.
Eso es terror de Estado en cámara lenta.
YA ES HORA: “PETE… YOU’RE FIRED”
Lo más probable es que nadie termine procesado. Estados Unidos tiene una larga historia de no tocar a los altos mandos, aunque expertos digan que hay materia legal para acusaciones. Lo que sí está en juego es la carrera de Hegseth.
Si Trump llega a la conclusión de que su secretario de Guerra le cuesta más de lo que le aporta, la salida está cantada. Y, tratándose del showman en jefe, sabemos exactamente cómo suena el veredicto final:
“Pete… you’re fired.”
Después de Signalgate, del “kill them all”, de la “niebla de la guerra” usada como coartada, de los náufragos bombardeados y de un almirante convertido en chivo expiatorio, lo mínimo que exigiría cualquier democracia funcional es esto:
Que el secretario de Guerra que jugó a juez, jurado y verdugo con vidas humanas se largue de Washington.
Y que se vaya con esa frase colgando del cuello.
Referencias (URLs)
https://www.nytimes.com/2025/12/02/us/politics/admiral-bradley-boat-strikes.html
https://www.telegraph.co.uk/us/news/2025/12/03/four-star-admiral-pentagon-blame-game/
https://www.msn.com/en-us/news/politics/ar-AA1REXql
https://www.huffpost.com/entry/pete-hegseth-congress-scrutiny_n_69311369e4b0824b6df7f115
https://www.huffpost.com/entry/us-pentagon-hegseth-trump-boat-strike_n_6930c492e4b0cee44382463b
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